viernes, 1 de junio de 2012

Depresión: Más vale prevenir. Sino curar.

Por Dr. Mario Steiner 
Psiquiatra - Matrícula 9748

Todos estamos de acuerdo en actuar rápidamente cuando se ha producido algún hecho perjudicial. Empero, no es tan rápido el acuerdo para actuar en Prevención. Como si se esperara a estar enfermo para tratar (tratamiento) de curarse. Así ocurre, por caso, separarse de sus parejas para intentar la reconquista, chocar para mejor considerar las medidas de prevención de accidentes, enfermarse para ir al médico. 

Sabemos -aunque no es suficiente con saber- que no es saludable fumar, las bebidas alcohólicas en exceso, andar en moto sin casco, e innumerables cuestiones cotidianas de nuestras vidas. No obstante, no siempre hacemos lo que sabemos, sino que todos los días repetimos hábitos, formas y estilos de vida, aún sin saber, los hacemos de modo automático, como actos reflejos. Luego, incluso, muchas veces, nos defendemos y enojamos si alguien nos dice que hacemos algo que nos perjudica; o, lo que es casi igual, si no hacemos algo que nos beneficia, y que nos produce mayor salud, como por ejemplo: la actividad física cotidiana y pautada.

Desde el enfoque preventivo se intenta ir más allá del estudio de la enfermedad, defendiendo que más vale aprender cuáles son las bases de la salud y cómo promoverla, con la finalidad de ayudar a las personas a construir una personalidad equilibrada que les permita superar las dificultades cotidianas sin enfermar.

Para prevenir la depresión debemos tener claro a qué nos enfrentamos. No se trata simplemente de tristeza, porque la depresión designa una realidad más grave y específica.

El Ánimo es un atributo de cada uno de nosotros, como lo son: la Memoria, el Sueño, etcétera. Ahora bien, el Ánimo tiene oscilaciones que hacen que aumente o disminuya. De tal manera, tenemos distintos estadios con mayor animosidad: pasando de la alegría, a la euforia, la hipomanía y la manía. En este momento nos interesa el sentido contrario, que va: de la tristeza, a la depresión, y luego a la melancolía que es un estado donde el sujeto no tiene fuerzas ni siquiera para respirar.

Entonces, la depresión es una alteración del Ánimo de una duración de varios días, cuyos síntomas relevantes suelen ser: tristeza, irritabilidad, sensación de vacío, nerviosismo, apatía, indiferencia, anhedonia (incapacidad para experimentar placer), dificultades de memoria, de la atención y de la concentración, autodesprecio, sentimientos de culpa, baja autoestima, problemas de sueño, pérdida del apetito, fatiga, disminución del deseo y de la actividad sexual, malestar corporal difuso (dolores, estreñimiento, visión borrosa...), pensamientos y sueños sobre la muerte o el suicidio y un deterioro de las relaciones con los demás que suele llevar al aislamiento.

Para prevenir, se necesita comprender el proceso por el cual pasamos de un sentimiento de tristeza normal a una depresión, y cuáles son los eventos que la producen.

Varias teorías coinciden en que la depresión se desencadena por circunstancias vitales que hacen que los momentos agradables en la vida de las personas disminuyan, en general en torno a alguna pérdida -real o simbólica- que conlleva un duelo. Este hecho se da, por ejemplo, en el caso de la separación de parejas, o de perder algo logrado o por lograr (trabajo, alejamiento de los hijos que han crecido, muerte de familiares, amigos o vecinos, pérdida de un proyecto de vida). También, es frecuente la depresión cuando nuestros esfuerzos tardan mucho o incluso no llegan a ser recompensados.

Exigirnos demasiado y premiarnos poco contribuye a la depresión, provocando un estilo de vida tesonero, pero poco gratificante. Valorarnos en función de si las cosas nos salen bien o mal contribuye a que nuestro amor propio sea frágil, cuestión que facilita que surja el auto desprecio, muy frecuente en las personas deprimidas. Pensar que las cosas negativas que ocurren a nuestro alrededor son culpa nuestra sin tener pruebas que sustenten esta afirmación. Clasificar nuestras vivencias en excelentes o pésimas, sin tener en cuenta las escalas intermedias. Llegar a conclusiones sin tener evidencias que las apoyen, valorar un suceso centrándonos sólo en un detalle e ignorando el resto de la información. Pensar excesivamente en juicios que definen si las cosas son buenas o malas, sin analizar cómo son y cuáles son sus causas, de paso, nos lleva a decir reiteradamente “yo no tengo la culpa”, o “¿Quien tiene la culpa?”, sin poder analizar causas y consecuencias.

Otro hecho que contribuye a mantener las alteraciones del estadoanímico es que a menudo los familiares refuerzan actitudes perjudiciales. Exigen que pongamos voluntad cuando es justamente lo que -por efecto de la depresión nos falta; o bien, nos liberan de trabajos y responsabilidades que nos resultan desagradables y facilitan que de manera inconsciente nos acomodemos a las ventajas de encontrar normal. A su vez, centrar nuestra atención en lo mal que nos encontramos constituye una estrategia poco eficaz para mejorar nuestra situación, ya que normalmente se traduce en un aumento del malestar y la preocupación.

Si una fuente de satisfacción desaparece en la vida, tendremos que sustituirla por otras, porque disfrutar
es una parte importante de existir y hay diversas formas de hacerlo.

Al fin, se debe destacar que la tristeza, no es perjudicial en todos los casos, por lo tanto, no debemos catalogarla como algo patológico, cuando en verdad no lo es, de forma que sobredimensionemos la situación, creando un problema donde no lo hay. Es totalmente normal reaccionar con tristeza ante determinados acontecimientos, como por ejemplo la pérdida de un empleo, de un ser querido o de la pareja. Así que, si un día se siente más triste o melancólico de lo habitual no se asuste. La tristeza, al igual que la alegría, forma parte de la vida. De hecho, no apreciaríamos una si no existiera la otra. Suele ocurrir que luego de la tristeza o de la depresión, modifiquemos nuestra forma -modo de vida-, a tal punto de decir, que bueno que pase por aquella situación depresiva que me obligo a cambiar, porque ahora estoy verdaderamente mejor que antes.

Cuando la prevención no es suficiente,la Depresión se hace evidente, y entonces el tratamiento deberá ser eficaz, rápido, e integral. Para ello, tendremos que consultar a un médico, quizás un especialista en psiquiatría, pero probablemente también se necesite un psicólogo, y algunas estrategias de cambios del modo de vida.

El Médico Clínico habitualmente recetara medicación ansiolítica, muy efectiva para la ansiedad pero no para la angustia. El Médico Psiquiatra, prescribirá antidepresivos estabilizadores del ánimo, usando en primer orden aquellos conocidos como IRSS (Inhibidores de la Recaptación de Serotonina), aunque si no obtiene resultados favorables, utilizara Asociaciones con otros fármacos. El Psicólogo empleara la palabra para dialogar respecto de los pensamientos del sujeto deprimido, trabajando analíticamente sobre la personalidad y las representaciones e ideas que lo han puesto en ese lugar. La Familia realizara todo lo que pueda, a veces a favor, otras no tanto, por eso es importante que la familia participe y sea guiada en alguna entrevista de familia, dando un espacio para debatir ideas y estrategias familiares. El Empleador deberá esperar a que el sujeto esté en condiciones de volver al espacio de trabajo, e incluso apoyar con condiciones especiales cuando la reincorporación sea parcial, tanto en carga horaria como en tipo de trabajo. El Trabajador deberá ser “paciente” tanto cuando es el enfermo, aunque mucho más cuando la Depresión afecta algún integrante
de su grupo familiar. 

Hoy, tenemos certeza de que podemos resolver la mayoría de los Trastornos Depresivos ya diagnosticados. No es obligación seguir sufriendo. Cuando no hemos podido Prevenir, podemos Tratar a los pacientes que asistan a la consulta.

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